14/1/08

Sin tener miedo


Somos diferentes

21/11/07

Sin Control

- No tratas mal, si no que estás deprimida, y una persona deprimida, no tiene control sobre sí misma.
- ¿Tú crees?
- Eso parece.

8/11/07

Área ciega

Sería absurdo decir que vivo tranquila, que nada me persigue, porque mi paranoia, sin ir más lejos, me acompaña en cada cosa que hago. A veces me pregunto si a todos nos pasa lo mismo,
pero creo que las personas tienen diferentes grados de paranoia y ¿en dónde radica el problema de todo ello?

Pensemos en una situación cotidiana, una cualquiera, vamos al trabajo o a nuestro lugar de estudio, durante el camino notamos que las personas a nuestro alrededor nos miran como si encontraran algo raro en nosotros, ya cuando nos encontramos con alguien conocido, que nos saluda y nos habla, notamos que nos mira extraño también, entonces empezamos a dudar "¿qué tengo?", "¿por qué me mira así?", "¿tendré una mancha graciosa en la cara?", etc. En algún momento decidimos salir corriendo a un baño en busca de un espejo solitario donde mirarnos y asegurarnos de qué es lo que a todos les molesta, eso que todos miran y que nadie se atreve a decirnos.

La respuesta es simple, Joseph Luft y Harrington Ingham lo han dejado claro inconscientemente con el diagrama de "La Ventana de Johari", la cual, fue diseñada con le fin de revelar los misterios acerca de las relaciones de éxito o fracaso de la comunicación establecida por un grupo de personas. Este diagrama se divide en cuatro partes, en ella tenemos una zona correspondiente a lo que sé yo y que saben los demás de mí mismo (Área libre), otra zona de lo que sólo yo sé y los demás no saben (Área oculta), también la zona con las cosas que ni yo ni los demás sabemos de mí (Área desconocida), y por último, y la más inquietante de todas, la zona de las cosas que saben los demás de mí pero que yo no sé (Área ciega).

Por consiguiente, ¿podríamos decir que tenemos miedo de nosotros mismos?

18/10/07

Aserrín

Escucho como cae, pareciera que estuviera lloviendo desde el techo, poco a poco va cubriendo mis pies, y a medida que mis lágrimas se van resbalando por mis mejillas, más aserrín cae. Puedo sentir, como en el cielo, una persona con un gran serrucho provoca el ruido, un ruido que me desespera, que me pone a punta de nervios y me provoca escalofríos: es el miedo.

El aserrín ya alcanza mis rodillas, ahora pareciera que paso por un lapso de inconciencia, donde no se que hacer, ni que esperar, lo único de lo que me siento capaz es de quedarme observando la escena, mientras el corazón se me llena del más puro pánico.

Ya me llega a la cintura, ni siquiera puedo moverme, pesa demasiado, trato de poner todas mis fuerzas en el intento, pero nada sucede. Miro hacia al cielo, pidiendo alguna especie de ayuda que sé que por más que ruegue nunca llegará, entonces el aserrín comienza cada vez a descender con mayor rapidez, ya casi tapa mi cuello y cierro los ojos.

Y a pesar de no estar mirando, sigo contemplando el fin.

11/10/07

El dulce olor del recuerdo

La mañana olía a pasto húmedo, ese olor que cuando pequeña siempre confundía con el de las sandías y me imaginaba a personas comiendo esa deliciosa fruta por los alrededores. Eso hacía que se me antojara tanto. Por eso, siempre que sentía ese olor me embargaban unas ganas tremendas de comprar sandía y comerla trozo a trozo, como me gusta comerlas, cortándolas con cuchillo en pequeños cuadritos y sirviéndomelas con tenedor, sin ningún agregado, simplemente al natural, dejando una a una las pepitas a un lado.

Cuando pequeña, mi mamá me enseñó a hacer collares con las pepas de sandía que sobraran. Después de comer, las reuníamos todas, las lavamos bien lavadas con un colador para que no se fueran por el lavabo, posteriormente las dejábamos toda la tarde al sol, hasta que quedaran completamente secas.

Cuando las pepitas ya estaban listas, las atravesábamos con una aguja y algún hilo lo bastante grueso y firme como para que no se rompiera, íbamos seleccionando los colores de las pepitas y de esa manera le dábamos diferentes matices.

Al fin, los colgábamos de nuestros cuellos y nos sentíamos princesas, en nuestro reino de las sandías.