11/10/07

El dulce olor del recuerdo

La mañana olía a pasto húmedo, ese olor que cuando pequeña siempre confundía con el de las sandías y me imaginaba a personas comiendo esa deliciosa fruta por los alrededores. Eso hacía que se me antojara tanto. Por eso, siempre que sentía ese olor me embargaban unas ganas tremendas de comprar sandía y comerla trozo a trozo, como me gusta comerlas, cortándolas con cuchillo en pequeños cuadritos y sirviéndomelas con tenedor, sin ningún agregado, simplemente al natural, dejando una a una las pepitas a un lado.

Cuando pequeña, mi mamá me enseñó a hacer collares con las pepas de sandía que sobraran. Después de comer, las reuníamos todas, las lavamos bien lavadas con un colador para que no se fueran por el lavabo, posteriormente las dejábamos toda la tarde al sol, hasta que quedaran completamente secas.

Cuando las pepitas ya estaban listas, las atravesábamos con una aguja y algún hilo lo bastante grueso y firme como para que no se rompiera, íbamos seleccionando los colores de las pepitas y de esa manera le dábamos diferentes matices.

Al fin, los colgábamos de nuestros cuellos y nos sentíamos princesas, en nuestro reino de las sandías.

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